El Festival de Viña: un evento que comunica más de lo que pensamos

Que le llamen “el monstruo” no es de extrañar, porque vaya fenómeno freak. En sus 64 años se transformó no solo en un suceso que nos obliga a comunicarnos en torno a un  tema común, sino que es un espectáculo que expresa nuestro propio estado del arte como nación. Aparte de lo interactivo, claro, no sé dónde más el público tenga la potestad de bajar a personas de un lugar a punta de pifias. 

El Festival de Viña del Mar es nuestro Super Bowl, la entrega de los Oscar, Eurovisión, y a la vez, el 50º aniversario de Saturday Night Live. 

¿Exagero? No creo. Porque, por qué es…

 

Nuestro Super Bowl

En vez de deporte, hay una gama exótica de artistas (de Incubus a Bacilos) que tienen en su halftime lo más surtido de la comedia local. Esto es, al igual que los shows de ese torneo, el reflejo de cómo andamos por casa. Por ejemplo, si en EE.UU. hay un conflicto racial, seguramente veremos rap. Cuando el pop y MTV eran el centro del mundo, ahí estaba Michael Jackson. ¿Todo importa nada? Ahí está Janet y Justin haciendo el loco. Es lo mismo con nuestra comedia. 

En Chile, ¿Estallido? El mayor rating histórico con Kramer siendo plural. ¿Dictadura? Ahí está Checho. 

¿Nuevos tiempos? Todos los standaperos. 

¿Apertura? Avello. 

¿Nuevo Chile? Ahí el triste tira y afloja de los animadores con el amigo de Venezuela. Es nuestro propio termómetro comunicacional. 

Nota aparte: TODAS las marcas lanzan sus campañas anuales en este espacio, lo mismo que pasa en el Super Bowl. Nuevos conceptos creativos, formas exóticas de hacer placement (¿se acuerdan del aplausómetro o el lanzamiento de “Machos” entre muchas otras?). 

 

Nuestra entrega de los Oscar

Primero, los discursos. Si alguien tiene algo que decir, lo va a decir en el escenario, seguro. Luego, ese esperpento que llamamos “Gala”: nuestra alfombra roja. Es el día que olvidamos todo pecado de la flora y fauna local para un desfile (este año, infinito). Y no miremos en menos lo que esto significa comunicacionalmente: Si Chile está revuelto, se cancela. En un Chile cahuinero, mostrábamos las joyas en una caja, y cara de palo, los animadores decían epítetos tipo: “no, no tiene cuerpo para ese vestido” (hoy sería bodyshaming). 

 

Nuestro Eurovisión

Una competencia kitsch, generalmente intrascendente, pero que cuando logra llamar la atención, lo hace en grande. Tenemos claros cuales son los hitos (“Let me try again”, “El tiempo en las bastillas”, entre varias), y a la vez, los looks, las formas, las letras… Si les prestáramos atención se llevarían más de una sorpresa de todo lo que dicen sobre el Chile que se vive. 

 

Nuestro SNL50

Acá, puedo pecar de ingenuo. Ya quisiéramos el presupuesto e ingenio que ha desplegado el programa de comedia, pero fíjense en algo: todos los años resucitan de las catacumbas a antiguos personajes que son parte de la memorabilia del show, ya sea matinal/vermouth o noche. 

Por otro lado, está la infinita compilación de archivos que ya nos sabemos de memoria, pero que año tras año nos hacen recordar que fue aquí donde heredamos a Mike Patton como compatriota y que Xuxa vivió lo peor de lo nuestro. 

Pero, qué puedo decir. Al final, siempre estoy ahí. Mal que mal, mi primer trabajo como director creativo fue una presentación con un ojo (¿2001?) y eso me llevó al cuerpo de cultura de El Mercurio, y de ahí en adelante. 

Viña te catapulta o te hunde. Es un hito comunicacional que (sin mucha estrategia) nos muestra año tras año el Chile en el que vivimos. Pero además, cumple una función primordial: comunicarnos a todos que estamos en los descuentos, que éste es el final del recreo. Y eso sí que es estratégico. 

Vemos que se viene Viña y sabemos que ese monstruo que llamamos marzo está a la vuelta de la esquina. Es más eficiente que cualquier cambio de hora, de tarifa eléctrica o clima. 

Llegó Viña, se viene el cierre de tu descanso y aprovecha este concho que te entrega Chile de entretención para poner tus neuronas en remojo.  

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